divendres, 3 de juny del 2011

Mis adorables vecinos









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Ocho de la mañana. La capital española se convierte en una verdadera revolución. Los coches parecen hormigas en busca de su reina circulando por el paseo de la castellana. Dentro de cada uno de esos útiles inventos que se convierten en un ejército blindado, una historia. Familias preocupadas porque no llegan a final de mes, madres agobiadas llevando a sus hijos a casa de la abuela entre sollozo y sollozo del crío porque no quiere ir, una muchacha cavilando cómo contará a sus padres que ha golpeado su coche nuevo, un cuarentón llorando entre canción y canción de Alejandro Sanz y preguntándose cuándo le llegará el amor. Una joven orgullosa de su expediente académico que planifica su futuro bajo una tímida sonrisa; un abuelito maldiciendo el tráfico que cada día tiene que soportar. Una niña que llora porque su papá le ha quitado el chupete, una mujer que se queja de su mala suerte por haber cogido ese camino y tener que pasarse una hora parada esperando el mínimo movimiento del coche de delante para poder avanzar; una chica a la que le han robado el bolso, donde llevaba una caja llena de maquillaje nuevo y su Blackberry, ¿cómo lo hará para poder contactar con sus amigos, ahora?
Cada historia, un mundo, y cada mundo, una realidad. Probablemente la niña que llora porque quiere su chupete o la mujer que no entiende su mala suerte sienten que ese es el mayor de los problemas que pueden existir. Y probablemente el chico que circula al lado de la desfilada de tanques no sabe que pueden existir este tipo de problemas. A lo mejor, su único problema en estos momentos es poder llegar a su hogar – si cuatro maderas con un tejado pueden ser un hogar – y poder contar a su familia, feliz, que ha circulado al lado de los militares armados y no le han hecho nada. Que puede seguir disfrutando del placentero lujo de vivir – si vivir su vida se puede considerar un placer – y continuar luchando para ser un poco más afortunado. Y probablemente, el chico de la bicicleta no sepa la sensación de soplar las velas de una tarta expresamente hecha para él el día de su cumpleaños, ni se dé cuenta de la magnificencia que tiene perder un ser querido durante un combate bélico. Probablemente, ese sea su pan de cada día, sin poder gastar un segundo de su valiosa y fugaz existencia para pensar que un poco más arriba, sus vecinos se emocionan con canciones que hablan de amores platónicos y se creen los más desafortunados de este mundo por tener que soportar una retención de tráfico cada mañana a las ocho.

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